Braulio Molina Lopez
Fotografía: Pepe J. Galanes
Las ferias y los mercados constituyen desde antiguo las más importantes reuniones públicas congregando a productores, comerciantes y consumidores para efectuar sus transacciones con mayor facilidad.
Fotografía: Pepe J. Galanes
Las ferias y los mercados constituyen desde antiguo las más importantes reuniones públicas congregando a productores, comerciantes y consumidores para efectuar sus transacciones con mayor facilidad.
Las ferias datan de la más remota antigüedad y surgiendo al amparo de las festividades religiosas se convirtieron en grandes fiestas que reunían a vecinos y forasteros para hacer sus provisiones, disfrutar con los espectáculos que se representaban y tomar parte en los públicos festejos.
De las Relaciones de 1575 se deduce que la primera transacción de mercaderes celebrada en Daimiel se organizó en el año mil quinientos setenta y cuatro: “…para proveerse de cosas necesarias a los vecinos se hizo pregonar que viniesen a vender lo que cada uno quisiese”. A principios del siglo XVIII inician una progresiva decadencia y con el desarrollo del comercio, en la edad moderna, van adquiriendo un mayor carácter festivo y religioso en honor de nuestra patrona.
En los últimos días de agosto, en las calles del Daimiel de finales del siglo XIX, se respiraba un aire festivo cargado de ilusión y de entusiasmo, un año más se aproximaba el gran acontecimiento: los sastres se apresuraban a terminar sus numerosos encargos, los labradores ultimaban las labores agrícolas en las eras y las mujeres, brocha en mano, encalaban las típicas fachadas y los patios, a la vez que sacaban brillo a los llamadores de las puertas y rejas de las ventanas.
En tiempos pasados, el Real de la Feria de Daimiel se ubicaba en la plaza y su entorno. En la calle Prim desde el altillo a San Pedro se instalaban los puestos de frutas con abundancia de ricas y enormes sandias que se vendían “a raja y cata”. En la calle Monescillo se instalaban las rifas, las sillas locas en San Pedro y en la plaza se instalaban convenientemente las casetas de juguetes, las barcas de mano junto al templete, las grandes orzas de berenjenas de Almagro y los puestos de los carniceros, con el rico “mesao”, junto al Casino de la Armonía.
Durante su celebración se iluminaba el centro espléndidamente a la veneciana: La Plaza, la calle del Comercio (hoy Virgen de las Cruces) y el Parterre hasta la monumental Fuente de la Fortuna (La Manola), así como los arcos de la puerta de la iglesia de Santa Maria para recibir a nuestra Patrona tras la procesión.
El día 31 de agosto con repique general de campanas y el disparo de voladores y meteoros, se anunciaba a la población la inauguración oficial de los festejos, a la vez que se procedía a la iluminación general y a la función de fuegos artificiales, que a principios de siglo gozaba de gran expectación y popularidad.
En el programa de fiestas de 1891, además de los actos dedicados a la Virgen, destacaban los bailes populares amenizados por la Banda Municipal de Música en el elegante templete de la Plaza, con horarios de 8 a 10 de la mañana y de 6 a 8 de la tarde.
Las ferias de ganados, llamadas en Daimiel “la cuerda”, se establecieron en la calle Dehesa y en la explanada del Barranco de Albacete y la de juguetes, bisutería, loza, quincalla y otras se instalaban en bonitas casetas construidas al efecto en la Plaza de la Constitución.
El espectáculo español por excelencia, el alma de las ferias, los toros, tuvieron en el pasado una especial relevancia. En el año 1888 se celebraron dos corridas, los días 2 y 3 de septiembre.
En la primera se lidiaron toros de la ganadería de Don Juan Manuel Sánchez para los afamados matadores Luis Mazzantini y Valentín Martín, y en la siguiente, con una tarde lluviosa y toros de la ganadería de Olmo, se inició la fiesta con el paseíllo de la prestigiosa cuadrilla capitaneada por los famosísimos Joselito y Bernardo del Hierro.
En aquella época el Teatro Ayala fue el punto de encuentro para disfrutar de las representaciones de comedia y zarzuela, con compañías teatrales de fama nacional y a las que se accedía con la adquisición de un abono para toda la feria. En 1889 la compañía de de Don José Martínez escenificó El Anillo de Hierro, La Diva, Bocaccio y las hijas de Eva y en el 92 actuó una notable compañía de zarzuela con los mejores artistas de la época. También era corriente que muchas de estas compañías terminaran con un fin de fiesta en el que participaba el público recitando poesías y cantando, haciendo así la feria más alegre y participativa.
La carrera de cintas, los fuegos artificiales y la famosa ascensión a la cucaña, complementaban los programas de fiestas que nuestros antepasados celebraban en honor a nuestra Virgen de Las Cruces.
La feria es el reloj de la memoria de los niños, mucho han cambiado los tiempos desde aquellos caballos y muñecas de cartón y los soldaditos de plomo, pero lo que no cambiará nunca, al llegar la feria es la ilusión de los niños.
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